domingo, 12 de enero de 2014

¿Estamos criando a una generación de inútiles?


Signos preocupantes

Cuando en su primer examen de la universidad, una estudiante sacó un suficiente, se derrumbó en mitad de la clase. Entre sollozos, mandó un mensaje a su madre, y ésta la llamó, exigiendo hablar inmediatamente con el profesor (que se negó, por supuesto). Otra madre acompanó a su niño a una entrevista de trabajo. Y luego se preguntaba por qué no le habían dado el trabajo.

El jefe de una empresa nos informó de que, en medio de una entrevista de trabajo, una candidata le soltó que ella podría alcanzar su puesto en 18 meses. Ni siquiera se le ocurrió pensar que el jefe había trabajado durante 20 años para llegar hasta donde estaba.

¿Te parece raro?

Desgraciadamente, todas estas historias son ciertas, nos cuenta Tim Elmore, fundador y presidente de la organización sin ánimo de lucro Growing Leaders, y autor de Habitudes®, una serie de libros, guías para profesores, DVDs y cursos. "La generación de niños nacidos entre 1984 y 2002 (conocida como Generación Y o Generación iY) ha crecido en la era de la recompensa instantánea. Tienen al alcance de sus dedos todo tipo de iPhones, iPads, mensajería instantánea y acceso inmediato a los datos", afirma. "Más que ganarse sus propias notas en el colegio, sus padres a menudo se dedican a negociarlas, y además los premian por cualquier cosa. Tienen cientos de amigos en Facebook y Twitter, pero sus relaciones en el mundo real son escasas".

Para cambiar esta corriente, Growing Leaders trabaja en colaboración con 5.000 escuelas públicas, universidades, organizaciones cívicas, equipos deportivos y asociaciones a nivel nacional e internacional para ayudar a que la gente joven (especialmente de edades entre los 16 y los 24) se convierta en líderes. "Queremos darles las herramientas de las que carecen antes de que pasen por tres matrimonios y varios intentos fallidos de empresa", relata.

La pregunta es por qué los padres han pasado de enseñarles a creer en sí mismos para convertirse en padres helicóptero que tratan de sobrebroteger a sus hijos a toda costa.

"Creo que todo empezó en 1982, cuando siete personas murieron por tomar unas cápsulas de Tylenol extrafuerte (el analgésico más vendido en Estados Unidos) que estaban envenenadas con cianuro", señala. Halloween estaba a la vuelta de la esquina, y los padres se pusieron a examinar cada dulce de las bolsas de golosinas de sus hijos. Los brownies caseros y las cookies (de lo más codiciado) acabaron en la basura, así como las chucherías que no venían envueltas.

Esto nos llevó a obsesionarnos con la seguridad de nuestros hijos en todos los aspectos de su vida. En vez de dejar que jueguen fuera, los padres llenan los horarios de sus hijos de actividades extraescolares, les hacen los deberes, resuelven sus conflictos en las escuela (ya sea con amigos o con profesores) y los exhiben como si de trofeos se trataran.

"Esos bienintencionados mensajes del tipo 'eres especial' se han vuelto contra nosotros", afirma Elmore. "Estamos obsesionados con protegerlos en lugar de prepararlos para el futuro. No les dejamos caer, equivocarse o sentir temor por algo. El problema es que si de pequeños no corren el riesgo de caerse cuando escalan las barras del parque, seguirán teniendo miedo cuando con 29 años emprendan algo".

Tanto psicólogos como psiquiatras advierten que cada vez más jóvenes pasan crisis de este tipo, llegando a sufrir depresiones. La razón a la que aluden los jóvenes es que aún no han ganado lo suficiente o que todavía no han encontrado a su media naranja.

Muchos profesores y expertos apuntan que esta generación no presta suficiente atención y confía demasiado en lo que viene de fuera, y no en sus motivaciones internas. El objetivo de Growing Leaders es invertir esta tendencia y ayudar a los jóvenes a ser más creativos y a guiarse por lo que les motive, de modo que aprendan a confiar en sí mismos y no necesiten impulsos externos.

El psicólogo de familia John Rosemond está totalmente de acuerdo con ellos. En un artículo publicado el 2 de febrero en el Atlanta Journal Constitution, recalcaba que las investigaciones más recientes ponen de manifiesto que las recompensas pueden resultar contraproducentes. Cuando a un niño agresivo se le premia por no ser agresivo en un momento dado, es probable que vuelva a repetir su mal comportamiento con tal de conservar la posibilidad de obtener futuras recompensas.

¿En qué nos equivocamos?

- Decimos a nuestros hijos que deben aspirar a lo más alto, por lo que cualquier pequeña acción parece insignificante. En general, los niños no pueden cambiar el mundo de forma instantánea. Tienen que empezar poco a poco, con pequeños retos, algo que ellos no ven como progresos. Cualquier cosa con la que consigas gloria inmediata no es lo suficientemente buena. "Es hora de decirles que las grandes cosas comienzan con pequeños objetivos", afirma.

- Les decimos que son especiales, aunque no exista ninguna razón para ello, aunque no tengan un carácter extraordinario o una habilidad excelente, por lo que ellos exigen un trato especial. El problema es que los niños dan por hecho que no hay que hacer nada especial para ser considerado especial.

- Les ofrecemos todas las comodidades, y ahora están acostumbrados a no tener que esperar a que las recompensas lleguen. Nos han enseñado una y mil veces a ser pacientes, pero nosotros mismos nos impacientamos frente al microondas, nos enfadamos en el trabajo si las cosas no van como nos gustaría y entramos en cólera cuando hay atasco. "Es hora de que les transmitamos la importancia que tiene la espera, teniendo en cuenta los deseos de los demás, no sólo los intereses propios e individuales, con el fin de alcanzar algo que esté por encima del mero 'yo'", apunta Elmore.

- Hemos convertido la felicidad de nuestros hijos en nuestro objetivo central, y ahora les cuesta encontrar la felicidad por sí mismos como resultado de una vida de satisfacciones. "Hay que decirles que nuestra finalidad es ayudarles a descubrir cuáles son sus habilidades, sus pasiones y sus propósitos en la vida, de manera que también puedan ayudar a los demás. Y así la felicidad llegará como consecuencia de todo esto".

Soluciones incómodas

"Tenemos que dejar que nuestros hijos fracasen con 12 años; mucho mejor que si lo hacen con 42", afirma. "Tenemos que contarles la verdad (con delicadeza) de que la idea del 'puedes hacer todo lo que quieras' no es necesariamente cierta".

Los niños deben calibrar sus sueños y sus dones. No todas las niñas con una voz encantadora podrán cantar ópera, ni todo niño aficionado al béisbol podrá jugar en ligas profesionales.

Deja que se topen con algún problema y asuman las consecuencias. No pasa nada si sacan un 5 en un examen. La próxima vez, ya se esforzarán más por sacar un sobresaliente.
Busca el equilibrio entre la autonomía y la responsabilidad. Si tu hijo te pide el coche, tendrá que echarle luego gasolina.

Colabora con sus profesores, pero no te inmiscuyas en su trabajo. Si suspende un examen, que sea él el que tome medidas.

"Tenemos que mostrarnos como ladrillos de terciopelo", defiende Elmore, "suaves por fuera pero duros por dentro, y dejar que fracasen y se equivoquen cuando son jóvenes para que luego puedan triunfar cuando sean adultos".

Traducción de Marina Velasco Serrano.

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